Señaladores

Patricio Cerminaro
2 min readJan 12, 2021

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Cuando era chico tenía la costumbre heredada de marcar la lectura con el doblez de una esquina de la hoja. No tenía el hábito del señalador así que simplemente curtía el papel a mi paso: aquí hubo ojos, hasta aquí llegaron.

Con el tiempo desarrollé cierto cariño por el objeto libro. Entonces dejé de lastimarlo y empecé a marcarlo con la solapa, cuando había, o con cualquier papel a la mano. He usado envoltorios de alfajores, plásticos varios, las servilletas cuadradas de los bares o mínimas porciones de papel arrancadas de libretas en desuso. Ahora que lo pienso esto último era un hábito algo salvaje: marcar el papel con papel es algo como un canibalismo.

Como sea.

Los últimos libros empecé a marcarlos con señalador. No por nada. Solamente, lo hice. Y empecé a pensar que el objeto marcante es también parte de la lectura: es una promesa de volver, una deuda pendiente. Es parte del texto, es la suspensión del texto, su postergación y, entonces, insisto: es parte del texto.

Casi a fines del año pasado decidí que era un buen momento para releer El Señor de los Anillos. En los veranos se me antojan lecturas más largas. Cuando retomé el libro que es mío desde la infancia esperé ver en la esquina las marcas de mi paso. No las encontré. Descubrí entonces un boleto de colectivo ajado por el tiempo descansando en una hoja cualquiera y advertí que la costumbre de señalar con lo-que-sea es más antigua de lo que suponía.

Decidí que nuevas lecturas necesitaban nuevos señaladores y tiré el boleto restándole importancia: ahora, me arrepiento.

Recién hace un par de días le presté atención al cartón que uso últimamente. Dice así: “cada uno de nosotros puede hacer algo mejor que darse por vencido”. Lo contrasté con la tapa y descubrí que las palabras -impresas en un diseño de cuestionable buen gusto- hablan también de Tolkien y su asunto: qué más podría haber hecho Frodo que darse por vencido.

Durante varios ratos le dediqué atención al hecho de que el señalador hable del texto. O que el texto hable del señalador: no descarté hipótesis. Me sorprendió cómo algo tan breve puede resumir la extensión de algo así como una obra maestra.

Pronto decidí que ese cartón podría estar hablando de casi cualquier otro texto: después de todo, la historia oficial de la ficción, de la literatura -¡de la humanidad!- es también la historia de los que no se dieron por vencidos.

Pronto, sin embargo, me encontré con una hipótesis más tentadora. Tal vez cada señalador se adecúe a aquello que marca. Tal vez escriba, en la oscuridad del papel plegado, nuevas consignas de acuerdo a su concepto, a su trama.

Ahora no puedo esperar a terminar el libro. Ya quiero saber qué palabras escribirá este cartón en mi próxima lectura.

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